lunes, 8 de octubre de 2012

La inspiración no baja del cielo… el boceto y la ejecución son diferentes creaciones… nos deleita la presentación anímica del objeto.


Considere pertinente esbozar unos conceptos que deben guiar al estudiante-artista y al maestro de artes visuales. Estos guiaron mi personal filosofía educativa en las artes visuales. Hablaremos de la inspiración, del gran desafió y otros temas.
¿Donde están  las musas, la inspiración, la mística,  la sensibilidad en el proceso del diseño? La inspiración no baja del cielo como el “maná”, ni las musas te susurran al oído, hay que cortejarla, regalarle flores de color, aventuras de experimentación y pasión de estética. El diseño es un proceso de creación de lenguajes, responde a la disciplina en el taller y la codificación de la estética en la obra. Para  activar la sensibilidad artística y la creatividad debemos visitar exposiciones de arte, leer literatura, ensayos especializados, dedicar un mínimo de dos horas diarias a la experimentación en tu área preferida de las artes visuales, asistir al teatro y escuchar música. Estos son valiosos recursos que te provocaran la inspiración. Pero, lo más importante,  debemos dialogar por medio de la obra de tu intimidad, de tus creencias, de lo que conoces.




Es una creencia que sólo se diseña en la fase de transferir las ideas a bocetos previos a la pintura. Según mi experiencia el boceto, es solo un punto de partida. La disciplina de pintar  está sujeta al procedimiento ensayo-error. La imagen-idea está continuamente pasando desde el nivel consciente al inconsciente, el diseño sigue evolucionando. Son dos momentos diferentes de creación: el diseño y la ejecución. Ambos se enfrentan a soluciones diferentes. No es lo mismo pintar plano una superficie de color anaranjado en un boceto, que luego pintarla y aplicarle las veladuras, saturaciones y el viaje del color a ese matiz anaranjado. Esto no excluye, sin embargo, que el artista puede hacer valer su intuición, más que el conocimiento. Aquí la eterna pugna entre la razón y el sentimiento. El intelecto no debe interferir con la intuición.


Hay dos caminos a seguir. El primero, si usted siente que usted y el arte son uno y tiene esta pasión que lacera el corazón pidiendo expresarse por medio de las  imágenes, desarróllese como artista visual. El segundo, si a usted se emociona, se purifica ante una obra y siente una empatía especial hacia las artes los invito  a desarrollarse como apreciador y mecenas.
Una pintura como obra de arte persigue dos lecturas.  La primera es la lectura de la imagen, de lo representado, aquí el espectador se encontrara cómodo con el uso del color, la evocación de  una experiencia, la complicidad con el tema. Si la lectura queda aquí, es solo una pintura de buena factura, donde se demostró el dominio de las técnicas y materiales. Ahora viene el gran desafío, una segunda lectura, de lo no representado, lo conceptual, lo que se siente, producir una “catarsis” en el espectador, que la pasión y estética del artista sean halladas por el observador y provoquen sentimiento de afinidad y pertinencia y porque no, hasta un cambio de conducta ante lo creado.  No es el objeto físico el que nos deleita, sino su presentación anímica. Ese es el gran desafío   de una verdadera obra de arte.  Me uno a las palabras de Rudolph Arnheim, filósofo alemán que se especializó en el análisis de la obra de arte, cuando escribió que “toda obra de arte debe expresar algo… el contenido de la obra debe ir más allá de la presentación de los objetos…”
 
El dominio del conocimiento artístico y habilidad técnica por si solas no son suficientes para alcanzar una  pintura de excelente factura con  diseño y estética. Falta “algo”. Nos falta el desdoblamiento del ser entre la razón y la emoción-sensibilidad, esa intuición, esa compenetración con la obra, esa simbiosis con lo representado, para producir una obra de arte.

Sirvan estas líneas para el propósito ulterior de este blog, servir de guía a los nuevos maestros de las artes visuales y los futuros artistas.

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lunes, 1 de octubre de 2012

Sólo el que tiene “algo que decir de manera diferente”, es el artista pintor… Porque toda respuesta al arte es evolutiva… se reinventa el código.


Cuando comencé a diseñar las imágenes para una propuesta del Grupo La Piña, una exhibición colectiva de cinco amigos-artistas, estaba desorientado. Mis preguntas creativas conceptuales fueron: ¿Cual preocupación e inquietud demuestro,… de las miles que poseo? ¿Cómo las desarrollo en siete pinturas-imágenes? ¿Qué códigos empleo: los conocidos o los internos? ¿Cómo provoco un dialogo visual con el espectador? ¿Me interesa vender las pinturas, o continuare pintando como mi única manera de expresión?  Sólo el que tiene “algo que decir de manera diferente”, es el artista pintor…
        Luego de realizar infinidad de estudios, bocetos, decido trazar mi línea de pensamiento paralelo al tema de la exposición: “La promesa” del pintor puertorriqueño, Miguel Pou. Mi propuesta es ofrecer el lado místico de las escenas cotidianas; así realizo las dos primeras pinturas, “Milagro en el altar” y “Complementarios”.
Lo favorable de trabajar colectivamente es la apreciación/critica de tus pares. Conocer otros puntos de vista. Tener “alla prima” (a la primera) la visión del espectador. En este conversatorio de ideas, de acertijos, de bromas y sobre todo de amistad se va desarrollando un taller de creación continua. Porque toda respuesta al arte es evolutiva.

Mi mente continúa trabajando. El problema mental artístico sigue latente en el inconsciente, y te envía mensajes continuamente, hasta que por fin llegas al final del laberinto…  se reinventa el código. Decido retomar la propuesta de color, del impresionista francés, Claude Monet, en sus pinturas de La catedral de Rouen. En la década del 1890 realiza cuarenta (40) versiones distintas de la misma imagen, a diferentes horas del día.
Estas son un verdadero  compendio-tratado de color perceptual y ambiental.  Como la luz del ambiente cambia de acuerdo a la hora del día, como cambia el color de las superficies y como cambia perceptualmente la imagen en la mente del espectador.
Decido trabajar cuatro paisajes  puertorriqueños con diferentes horas-luz ambientales, la amarilla, la azul, la verde y  la roja. La primera que realizo es el paisaje amarillo. Recuerdo con mucha satisfacción la reacción de mis compañeros cuando ven la pintura. Les gusto de sobre manera. En ese momento decidí que integraría  la figura de los bueyes en mi código.
En la pintura, “Simbiosis puertorriqueña: Añoranza de luz”, la propuesta que guía la imagen es la perspectiva aérea del paisaje puertorriqueño. Una imagen estructurada en doce (12) planos pictóricos, los cuales cambian constantemente referente a la luz y definición de los objetos. La luz del ambiente es la amarilla.
Preside el paisaje la figura de un buey manso, que espanta una mosca con su rabo, mientras en el quinto plano encontramos la carreta abandonada que se asoma al precipicio perseguido por una sombra de sangre, ¿quizás ante el abandono de lo patrio, de lo propio?
El titulo de la obra nos da la clave de lectura, el paisaje y el buey se identifican y se unen cromáticamente en uno, un camuflaje de color y luz. En la pintura, llamada originalmente, “paisaje amarillo”, es un paisaje urbano, presidido por el buey manso que se alimenta, detrás aparece la iglesia, representada por la cúpula y la cruz que desafía el espacio. A sus pies las dos clases sociales, la clase acomodada en sus residencias  blancas a lo alto de tierra y la clase no privilegiada en sus casas marrones en los abismos del terreno.
Declaro en esta pintura: “Ser puertorriqueño es, sentirse acariciado por el aire fresco del color tropical, llenarse de energía por el calor de la luz que domina e invade todo el ambiente, es sentirse uno con el paisaje.”
Luego realizo la pintura “El Ángelus: Destellos memorables”, conocida originalmente como “paisaje verde”,  inspirada en la pintura El Ángelus de Jean F. Millet.  La imagen de la pintura presenta el momento que   interrumpimos el trabajo en el campo para  dar las gracias a Dios. El buey azul detiene el paso, mientras el buey violeta levanta su cuello y mira directamente al jibaro que mira ensimismado el cielo. Es tiempo de la oración, de silencio,  son las  doce del mediodía.
La escena está enmarcada en una composición triangular, que incluye a Dios, figura que adivinamos en un cielo jubiloso de nubes. Creando un fuerte espacio negativo de comunicación entre los bueyes, el jibaro y Dios.
Los personajes terrestres surgen como figuras  gigantescas sobre un paisaje sembrado y cosechado por ellos. Estos dominan totalmente la naturaleza. La luz es cálida, ofreciendo una diversidad de saturaciones en el verde. Esta diversidad de tonalidades y saturaciones del matiz en el paisaje, van a ser complementados por el rojo del primer plano.

El código se amplia, ahora es una pareja de bueyes-hombres que son participes del rezo.
La pintura en acrílico, “El dialogo: Complacencia al resplandor”, llamada  “paisaje azul”, nos muestra una complicidad entre dos bueyes-hombres, un buey azul y un buey violeta. Figuras que se repiten de la pintura anterior. (La historia continua…) Es quizás una historia de amor, un secreto que todos murmuran pero que callan a voces.


La escena, un paisaje de montaña adentro,  diseñada con colores fuertes, azul en los montes y  rojo en el  valle, debajo de un cielo  madrugado. Cubiertos en una neblina amarillenta en los planos superiores de las montañas, para convertirse en luz que ciega detrás de los bueyes. Este color-luz nos crea el espacio negativo de comunicación, que debe ser codificado por el espectador. Ver lo intangible por medio de los movimientos gestuales de los protagonistas.
Podemos sentir el dialogo, dando ecos en el paisaje azul, en un ambiente-naturaleza cargado de intimidad, de secretos, de silencios…  El espectador se convierte en cómplice y testigo celestino.
       La obra está participando en el Latin Network For The Visual Arts, la Sexta Bienal de Arte Latino 2012 en la Galería de Arte Alexey von Schlippe en la sucursal de la Universidad de Connecticut en Avery Point en Gorton, Connecticut. Participan sesenta (60) artistas representando a diez y ocho (18) países.

 
La cuarta pintura “El Josco: La consciencia colectiva”, inspirado en el cuento del puertorriqueño, Abelardo Díaz Alfaro, resalta la defensa de lo patrio, lo que nos pertenece. En una imagen de un toro-hombre con gesto de embestir al oponente para limpiar su alma herida. Un toro negro puertorriqueño  versus un toro blanco americano, ¿retorica, personificación, símil? Como diría Díaz Alfaro, refiriéndose al negro: Toro macho, padrote… no nació pa’ yugo…”

La pintura capta el momento narrado: “Las cabezas pegadas, los ojos negros y refulgentes inyectados de sangre, los belfos dilatados, las pezuñas firmemente adheridas a la tierra, las patas traseras abiertas, los rabos leoninos erguidos, la trabazón rebullente de los músculos ondulando sobre las carnes macizas.”  Escena cálida en colores y sentimientos.
        El título original era “paisaje rojo”, el cual observamos al predominar está  en la luz del ambiente. También nos da un mensaje perceptual de sangre, valor y lucha. Matizada en los colores violetas y saturados con el amarillo.
Un dato curioso es la introducción de un código nacional, la bandera de Puerto Rico,  en el ojo del Josco. Dónde se refleja su identidad.  Presento una pintura de contexto patriótico enmarcada dentro de la corriente histórica surrealista, con la ilusión que esta imagen sea comprendida a través del tiempo y espacio como una obra puertorriqueña.
Escribir de la imagen de la pintura, es como hablar de los hijos, cada uno es un tesoro, de grandes ojos luminosos y cálida sonrisa. A todos se quieren, y a todos se perdonan.  Un artista es como un padre, que observa y puede decir lo maravilloso de sus descendientes, armonizar y alabar las diferencias y vanagloriarse de las similitudes de cada uno. Cada obra es un digno ejemplo de color, pasión y compromiso. Porque toda respuesta al arte es evolutiva, debemos reinventar el código.
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